Política procesionaria

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La Procesionaria es una plaga forestal que se está expandiendo de forma significativa, su nombre proviene a que se desplaza en grupo de forma alineada, a modo de procesión, formando hileras. Este lepidóptero es un defoliador haciéndose importantes campañas de prevención. Supone un peligro para cualquier persona, pero sobre todo para los niños o los animales de compañía, pudiendo provocar irritación en oídos, nariz, garganta y parece ser que si tu perro lame una oruga o sufre una picadura tendrá graves heridas o incluso puede morir. Ya los médicos y veterinarios ofrecen pautas para protegerse de ella.

Pero no vamos a seguir por esta vía de argumentación, sólo nos sirve de entradilla la palabra para expresar lo que queremos significar. Estamos en época estival, acaba el curso lectivo, ese período de tiempo destinado oficialmente a la actividad docente, comienza en los trabajos el horario especifico de la época, se torna más calmosa la actividad en casi todos los ambientes, incluso hasta las colas o atascos en nuestras carretas notan un aflojamiento. Empiezan las merecidas y más que necesarias vacaciones y por excelencia en todos los pueblos las fiestas patronales, esperadas y preparadas desde el año anterior, siempre con mucha ilusión.

Aquí es donde queremos llegar, en los festejos municipales se celebran a la vez actos sociales, deportivos, culturales y religiosos. Nos aparcamos en los últimos. La procesión es un acto de ir ordenadamente de un lugar a otras muchas personas con algún fin público y solemne, frecuentemente religioso. Está comprendido entre la devoción y la representación. La presencia de políticos en procesiones religiosas ha sido, históricamente, una constante en muchas sociedades donde la religión juega un papel cultural relevante. En países como España, estas apariciones suelen intensificarse durante Semana Santa y especialmente en las festividades patronales.

Pero ¿se trata de un acto de fe personal o una estrategia política? Para algunos representantes públicos, asistir a una procesión es una expresión sincera de creencias religiosas. Para otros, es una oportunidad para conectar con la ciudadanía, especialmente en contextos locales donde las tradiciones religiosas tienen gran arraigo. La línea entre lo espiritual y lo político, sin embargo, puede resultar difusa.

La participación institucional también abre el debate sobre la aconfesionalidad del Estado, recogida en la Constitución Española. ¿Debe un cargo público acudir en calidad de creyente o de autoridad? ¿y qué ocurre cuando se instrumentaliza la religión para obtener rédito electoral?  En definitiva, la presencia de políticos en procesiones genera opiniones divididas. Mientras unos la ven como natural expresión cultural, otros advierten del riesgo de confundir los planos de lo público y lo privado. La clave está, quizá, en la coherencia personal y el respeto a la diversidad religiosa de una sociedad plural.

Pero lo más anecdótico y chirriante, además de burlesco en muchos casos, es la instrumentalización que hacen casi todos los cargos públicos que asisten a dichas comitivas religiosas. Unos se atreven a entrar en el templo para seguidamente procesionar, otros, basándose en criterios personales, por cierto, muy respetables, esperan por fuera a que termine la celebración litúrgica correspondiente, principalmente en el bar más cercano, tomando algún tentempié o como se dice en muchos lugares de Canarias un “mantente en pie”, esperando con impaciencia.

Después viene el recorrido, que es todo un lucimiento, cual pasarela de moda por las calles, donde hablan, ríen, hacen pactos políticos o discuten diferencias, miran para todos  lados saludando cual reyes medievales, siendo el sumun, una especie de éxtasis místico, cuando termina todo y empiezan a sacarse fotografías para subirlas a las redes sociales, porque fueron a eso. No tienen arreglo.

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