Sencillamente audaz

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La vida está llena de complicaciones, personales o profesionales, atolladeros que siempre aparecen de alguna manera, suaves en algunos casos o de forma complicada en otros acontecimientos. Es una constante a la que hay que enfrentarse con brío descarado, ganas de lucha para vencer y manifiestamente con la idea de victoria, aunque cueste. Dice la sabiduría popular que lo fácil lo hace cualquiera, lo complicado se deja para los valientes.

Aquí llegamos a quien nos dirigimos, al empresario/a que en nuestro país es un verdadero adalid diario, teniendo que sortear muchos frentes que le impiden desarrollar su labor con la tranquilidad que quisiera, en el tiempo preciso y apoyado en las facilidades que deberían ofrecerle los que gestionan desde la parte pública, lo cual actualmente es una quimera, porque se produce todo lo contrario, una burocracia o más bien una desidia antipática, sinónimo de muro infranqueable, que todo lo paraliza, estropea y hace inviable proyectos generadores de crecimiento económico más desarrollo social. Lo normal sería que el tejido empresarial contara con la colaboración máxima de una Administración Pública moderna, comprometida en su labor de servicio, sobre todo ayudadora hacia esa persona que se atreve a emprender y que por cierto revierte mucho a la sociedad. Parece una batalla perdida, pero es todo lo contrario, ahí reside su fortaleza, porque cuanta más obstrucción encuentra el empresario/a, más resistencia pone en el empeño de sacar adelante lo que se propuso desde el principio de su aventura. “Si no puedes volar, corre, si no puedes correr, camina, si no puedes caminar, gatea. Sin importar lo que hagas, sigue avanzando hacia adelante”. Lo dijo Martín Luther King.

La presión tributaria más las cotizaciones sociales y unas instituciones públicas que parecen obsesionadas sólo por recaudar, olvidándose de impulsar la iniciativa empresarial, sencillamente no les importa, siendo una calamidad para el sistema productivo, porque no se corresponde lo que se aporta con lo que se debería obtener en reciprocidad, aunque no fuera sino en atención diligente, resoluciones rápidas o remover obstáculos. No es mucho pedir a primera vista, pero todo un mundo inconcebible para el empleado público, que en la mayoría de los casos se conforma con fichar a primera hora y cuando termina, lo que hace o deja de hacer a lo largo de la jornada laboral es una incógnita, aunque a final de mes cobre su salario, con el plus de productividad incluido, aunque nadie lo cuantifique.

La cotidianidad del empresario/a es una aventura siempre, plagada de gestiones sin fin, donde las oportunidades solamente son valoradas por quien sabe de su importancia, ya que arriesga, personal y familiarmente sus ahorros o patrimonio. La desesperación es continua con plazos de resolución que se dilatan en el tiempo sin ninguna seguridad jurídica que los ampare. Además, soportando estoicamente la solicitud de información y documentación de forma repetitiva y lo que más enfada, es que en la mayoría de los casos la misma la tiene la propia Administración Pública, lo que pasa es que les cuesta ser productivos, porque no conocen el significado de esa palabra mágica que tanto soluciona.

Pagan cuando les da la gana, no como señala la normativa al respecto y lo que es peor, sangrante, no pasa nada hacia dentro, ni sanciones, inhabilitaciones o penalidades algunas, es la arbitrariedad al servicio de la inoperatividad. En cambio, en la iniciativa privada produce falta de liquidez, nóminas en riesgo, proveedores asfixiados y empresarios/as angustiados porque han ejecutado el trabajo contratado, pero después no cobran en tiempo y forma. La morosidad pública se ha convertido en una plaga clamorosa.

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