Artículo de opinión de Oscar Izquierdo, presidente de FEPECO

El mundo está agitado, una alteración reflejada en todos los órdenes, incluyendo las variadas actividades vividas, tanto personal como colectivamente, estando inmersos en la incertidumbre, que se traduce en una inseguridad manifiesta, inquietud constante, desasosiego que impide serenidad y una abundante ansiedad, que lleva a plantearse si no estamos inmersos en una sociedad desgastada en sus principios constitutivos o incluso podríamos atrevernos a decir que se encuentra enferma, con una necesidad urgente de curación y revitalización.
El sociólogo Zygmunt Bauman fue el que introdujo el concepto de sociedad líquida, caracterizándola por su estado fluido y volátil. En la que la vacilación, debido a la vertiginosa rapidez de los cambios, ha debilitado los vínculos humanos, caracterizándose por lazos provisionales y frágiles. Otros estudiosos enmarcan nuestra realidad como el triunfo del individualismo, en el más alto grado egoísta. Además, también los hay que la definen como la subjetividad llevada al motor primero o dios mundano. Lo que está claro es que la confusión es la que verdaderamente reina a sus anchas, sin criterios estables, verdades fiables o seguridad guiadora.
La afección de toda esta existencia crispada, sin orden ni concierto, más bien exasperante, lastima evidentemente a la empresa, esa unidad organizativa estructural de la economía, dedicada a las más variopintas actividades, que produce energía vital para el crecimiento económico y el desarrollo social avanzado. Atravesamos un escenario tan complejo, con obstáculos que parecen insuperables, que ponen difícil su propia existencia, capacidad de resistencia y escasos recursos de adaptación. Tenemos que afrontar, diariamente, un entorno económico, político y social cambiante no por años ni días, sino incluso por horas, donde la inquietud parece haberse convertido en la norma.
La inestabilidad global, provoca un incremento de los costes de producción, transporte y materias primas, que en un lugar alejado como es el caso de Canarias, en el Atlántico medio, conformado por islas, se agrava de manera temeraria. Si sumamos la afección que producen los cambiantes mercados energéticos, tan importantes para el laboreo cotidiano, nos conduce directamente a que las empresas deben destinar más recursos a cubrir gastos operativos, reduciendo así su margen de inversión en innovación y expansión.
No podemos olvidar por su influencia básica en el devenir empresarial y la incidencia negativa que origina, la monstruosa burocracia que todo lo para, ralentiza o impide cualquier emprendimiento. Desde la Administración Pública, todo lo convierten en procesos lentos, rígidos y costosos, en contraposición de la agilidad característica de la iniciativa privada, donde el tiempo pasa muy rápido, por lo que urge contar con instrumentos organizativos públicos que caminen a la misma velocidad, para que no se produzca el desequilibrio que sufrimos en el sistema productivo y que tanto afecta al tejido empresarial en su conjunto y en todos los sectores económicos.
La falta de mano de obra, un problema acuciante, cuestión que para entenderla no debe encuadrarse sólo en el ámbito salarial, que puede perfectamente ser discutido en la negociación colectiva, sino que habría que tratarlo más bien desde investigaciones sociológicas, está provocando distorsiones tales, que paralizan la tarea ordinaria de la empresa por la escasez de recursos humanos. También el entorno normativo y fiscal, que se puede resumir como asfixiante, resulta un lastre para la competitividad por la excesiva y escandalosa voracidad recaudatoria. Últimamente se ha incorporado a los inconvenientes la desfiguración operativa que representa el elevadísimo absentismo laboral, casi en su totalidad con las mismas variables o patrones de comportamiento. Tema delicado que tendrán que afrontar los poderes públicos.
A pesar de todo lo antedicho, las empresas se han aclimatado a este medioambiente perturbador, adaptándose para vencer y crecer.